jueves, 30 de septiembre de 2010

La ola


Ruido de gente. Espero. Oigo el suave murmullo del mar y las olas al romper. Espero. Una manta azul a mí alrededor. Espero. Mi tabla, blanca, lisa, con parafina por arriba y sus cortantes tres quillas por abajo, mi única compañera. Espero. Sentada sobre mi tabla espero, espero la ola perfecta. Espero. La suave brisa de poniente mueve con delicadeza mi pelo. Espero. Las dulces olas procedentes del fondo del mar, mecen mi tabla. Espero. Las olas se suceden unas a otras, en series, sin pausa y sin prisa pero ninguna me parece lo suficientemente buena. Espero. Algunas olas son demasiado pequeñas, otras olas son demasiado grandes. Espero. A mí alrededor, los otros surfistas, unos mejores que yo y otros peores que yo, van cogiendo su ola, encontrando su lugar. Espero. Coqueteo con alguna ola. Espero. Creo haber encontrado mi ola y me preparo pero, en el último momento, no estoy del todo segura y la dejo pasar. Espero. Mis dedos juguetean con el agua. Espero. Veo una serie de olas buenísimas pasar a mi derecha, demasiado lejos. Espero. Me imagino mi ola soñada, perfecta. Espero. Me doy cuenta, de repente de que mi ola soñada es demasiado perfecta y por ello, no existe. Espero. Veo venir una buena ola, me preparo, nos es perfecta pero remo con fuerza y la cojo. Ya no quiero esperar más. Me voy.

sábado, 17 de julio de 2010

Autobús


Una parada de autobús, su parada de autobús. Se ve a una joven. Lleva puesto un abrigo de invierno, largo, de color verde y un gorro a juego, del mismo color. Ella espera, espera al autobús. El tiempo pasa y con ello los días y las noches. La luz va cambiando, dependiendo de la hora y del día… a ratos es más anaranjada, a ratos no hay luz y a ratos las nubes tapan el sol de tal manera que el día queda de un gris oscuro que no deja distinguir los colores ni las formas con claridad. Ella sigue sentada, sigue esperando su autobús. En ocasiones está sola y en ocasiones tiene gente cerca, a veces esa gente se parece a ella físicamente: mismo color de ojos, mismo tipo de pelo, semejante estatura y porte… En ocasiones, esas personas se parecen a ella en pequeños detalles como: mismo gusto musical, parecidos intereses en la vida, mismos sueños, similares deseos… En ocasiones apenas hay parecido, ni físico ni mental. Hay personas que se quedan mas, personas que se quedan menos, personas que cogen su propio autobús sin mirar atrás, sin mirar a la joven y personas que simplemente desaparecen sin dejar rastro. Ella sigue esperando, espera a su autobús. Las cosas cambian a su alrededor, algunos cambios se realizan de forma imperceptible, pequeños detalles: una hoja seca, una colilla que se apaga sola en el suelo, una gota de lluvia deslizándose por un cristal… Otros cambios son mas bruscos, o al menos se notan mas, de una u otra manera: un árbol que se cae, un nido de pajarillos recién nacidos, una ráfaga de viento que se lleva los cuatro papeles que se encuentran tirados en la carretera…. Ella espera, sigue esperando el autobús.

Paraíso

Los paraísos no son como aparecen en las películas, al menos no del todo. El paraíso preciado es bello, divertido, entretenido, con millares de cosas que hacer, tiempo de sobra para todo… El paraíso solo se puede encontrar por casualidad, cuando dejas de buscar, cuando empiezas a vivir. El paraíso es un lugar distinto para cada persona, en el cual las mentiras y las traiciones no existen, en el cual la sonrisa es la moneda de pago. Ninguna persona puede saber cómo es su paraíso hasta que lo encuentra, hasta que ha estado en el. Conseguir encontrarlo ya es, de por si, una tarea complicada, difícil de lleva a cabo, en la cual la calma, la paciencia y las ganas de vivir son básicas. Una vez lo encuentras, no es algo estable, puede no durar para siempre y eso depende del dueño del paraíso, de sus ganas de conservarlo, de su fuerza al luchar, de su forma de vivirlo y del cuidado que le de. El paraíso tan pronto como viene se puede ir, por eso, cuando lo encuentres, no lo dejes ir, no permitas que te abandone.

Hay ocasiones en las cuales uno no se da cuenta de que ha encontrado su paraíso, no se da cuenta de su felicidad, no se da cuenta de lo que tiene y esto le hace, perderlo tarde o temprano. No siempre se ve claro, no siempre sabes si tienes tu paraíso o es un simple espejismo, no siempre se sabe con certeza que estas donde debes estar, donde mereces estar, donde quieres estar…por esta razón, para saber si verdaderamente hemos encontrado el paraíso, solo hace falta pararnos a pensar en donde estamos, las razones que nos han llevado allí y las cosas que nos unen a ese determinado lugar. La única persona capaz de saber si ha encontrado en paraíso es uno mismo y por esa razón tenemos que confiar en nuestros sentimientos y escucharlos de vez en cuando, esa es la única forma de llegar al paraíso y con ello a la felicidad.

sábado, 26 de junio de 2010

Pajarito


Se abre una jaula, libre un pajarillo vuela al viento, aletea con miedo, sin saber muy bien qué hacer. Mueve sus alas con la fuerza del primer día. Se da cuenta de cuan bello es su jovial plumaje y comienza a contonearse, se mueve con confianza, ágil y rápido pero no se deja tocar. Todo es nuevo, extraño, llamativo... Da vueltas, vuela rápido, como si quisiese recorrer todos los recónditos lugares que existen, como si quisiese conocerlo todo en una sola noche. Se cae, una y otra vez se topa con diversos contratiempos pero, vuelve a levantar el vuelo, cada vez con más fuerza que la anterior, cada vez con más ganas. Aprende de sus errores, se hace más fuerte, se hace mas veloz.

El pequeño pajarito busca donde asentarse y formar una familia y crear un hogar pero, nada le parece suficiente, nada es suficientemente bueno para él. Prueba de esto, de lo otro, come de aquí y de allá y, cuando por fin parece que ha encontrado lugar donde asentarse, en un precioso palacio de cristal, se da cuenta de que no lo quiere, está buscando lo que no es. El pajarito quiere seguir volando libre, a donde le lleve el viento y, si por casualidad encontrase un pequeño paraíso, se quedaría y viviría feliz pero, hasta que eso ocurra, vuela raudo y feliz y recorre el mundo, libre, tranquilo, bello y sin dejar, en ningún momento, de sonreír.

Si en algún momento alguien quiere cortarte las alas, vuela rápido, pajarito, y no les dejes, aunque pueda parecer tentador y ofrezcan grandes lujos envueltos en falsos sentimientos. Si eso llegara a ocurrir, te dolerían las cicatrices y mas adelante te dolería el vacío, el vacío que quedó donde antes tenías unas alas.

Vuela, pequeño pajarito, vuela sin miedo y con fuerza, feliz y siempre sonriente.

viernes, 25 de junio de 2010

Lluvia

Lluvia, calles mojadas, charcos, paraguas, oscuridad, olor a humedad, verde, gotas, chubasqueros, abrigos y botas. Dentro de un antro hay gente refugiada. Refugiada del mal tiempo y refugiando la mala vida. Gente oscura por dentro, gente que solo busca ahogar sus penas. Beben un vaso tras otro, una copa tras otra y no se cansan de beber. El humo de los cigarros se acumula sobre las cabezas de los clientes, como las nubes de fuera. Se oye el ruido de unas pisadas subiendo por las escaleras que van hacia los baños. Dos amigos hablan de forma desanimada al fondo, en una mesa colocada en la esquina, ambos hablan pero ninguno escucha y ninguno quiere en realidad hablar. En la barra apoyado, hay un hombre, mayor, casi anciano, con un abrigo verde, viejo, raído, con la mirada perdida, sin pensar en nada y dándole vueltas a todo. A la derecha, en una mesa pegada a la pared hay una pareja de mediana edad que no se mira a los ojos y que finge que es perfecta y que todo les va sobre ruedas. Justo detrás un ejecutivo casado y su secretaria, una joven dispuesta a complacer como sea a su jefe, discuten donde pasar esta fría noche mientras ella clava su lengua en la oreja de él. En el centro una joven, que ya lleva varias horas en el bar, baila ausente haciendo resonar sus tacones en el pringoso suelo. El camarero, un hombre mayor con cara de pocos amigos, sirve a sus clientes gruñendo sin parar. Una música de fondo en tristes tonalidades menores ameniza el gris ambiente. Desde dentro apenas se puede distinguir el exterior. Desde fuera se ven figuras borrosas debido a la suciedad de los cristales. La acera de fuera se encuentra embarrada y las farolas de la calle no funcionan todas por lo que la luz escasea de forma notable. La ciudad descansa tranquila. Bella noche cerrada. Llueve.

jueves, 24 de junio de 2010

Niña mora

(Fotografía de Steve McCurry)

Pequeña niña de piel morena, acariciada por el sol. Pequeña niña de ojos negros como negras olivas. Pequeña niña de dulce sonrisa y boquita de caramelo. La niña mora juguetea con las flores del pequeño jardín de su agradable casita, sin saber nada. El no saber no hace daño y, como ella no sabe nada, vive feliz. La dulce niña solo conoce lo que tiene cerca y cerca tiene: las flores, su casa, sus vestidos, sus juguetes y a su mamá. Su mamá por las noches, antes de acostarla, antes de darle el beso de buenas noches, le cuenta bellas historias de princesas de largas melenas negro azabache y romances apasionados que siempre tienen bonitos finales felices. La pequeña niña mora sueña con príncipes azules, hombres de desbordante belleza, sobrehumana fuerza, dulce carácter, sobrada fortuna y asombrosa amabilidad y agradable cortesía y, por supuesto, sueña con amor, amor verdadero, como el de las princesas y príncipes de los cuentos que le cuenta su mamá. Algún día, piensa su madre que tendrá que hablarle de la vida, de lo que ocurre de verdad, de la realidad, de lo que es casarse, de tener hijos, de cuidar de la casa, de cuidar del marido, de la responsabilidad…pero por ahora no, por ahora dejará soñar a su pequeña y, de paso, soñará ella también. Soñar es lo único que le queda y que nadie le puede quitar ni prohibir. La pequeña niña mora juega al sol mientras su madre trabaja en la casa, no sabe nada, sueña feliz y tranquila.