jueves, 24 de junio de 2010

Niña mora

(Fotografía de Steve McCurry)

Pequeña niña de piel morena, acariciada por el sol. Pequeña niña de ojos negros como negras olivas. Pequeña niña de dulce sonrisa y boquita de caramelo. La niña mora juguetea con las flores del pequeño jardín de su agradable casita, sin saber nada. El no saber no hace daño y, como ella no sabe nada, vive feliz. La dulce niña solo conoce lo que tiene cerca y cerca tiene: las flores, su casa, sus vestidos, sus juguetes y a su mamá. Su mamá por las noches, antes de acostarla, antes de darle el beso de buenas noches, le cuenta bellas historias de princesas de largas melenas negro azabache y romances apasionados que siempre tienen bonitos finales felices. La pequeña niña mora sueña con príncipes azules, hombres de desbordante belleza, sobrehumana fuerza, dulce carácter, sobrada fortuna y asombrosa amabilidad y agradable cortesía y, por supuesto, sueña con amor, amor verdadero, como el de las princesas y príncipes de los cuentos que le cuenta su mamá. Algún día, piensa su madre que tendrá que hablarle de la vida, de lo que ocurre de verdad, de la realidad, de lo que es casarse, de tener hijos, de cuidar de la casa, de cuidar del marido, de la responsabilidad…pero por ahora no, por ahora dejará soñar a su pequeña y, de paso, soñará ella también. Soñar es lo único que le queda y que nadie le puede quitar ni prohibir. La pequeña niña mora juega al sol mientras su madre trabaja en la casa, no sabe nada, sueña feliz y tranquila.

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