viernes, 25 de junio de 2010

Lluvia

Lluvia, calles mojadas, charcos, paraguas, oscuridad, olor a humedad, verde, gotas, chubasqueros, abrigos y botas. Dentro de un antro hay gente refugiada. Refugiada del mal tiempo y refugiando la mala vida. Gente oscura por dentro, gente que solo busca ahogar sus penas. Beben un vaso tras otro, una copa tras otra y no se cansan de beber. El humo de los cigarros se acumula sobre las cabezas de los clientes, como las nubes de fuera. Se oye el ruido de unas pisadas subiendo por las escaleras que van hacia los baños. Dos amigos hablan de forma desanimada al fondo, en una mesa colocada en la esquina, ambos hablan pero ninguno escucha y ninguno quiere en realidad hablar. En la barra apoyado, hay un hombre, mayor, casi anciano, con un abrigo verde, viejo, raído, con la mirada perdida, sin pensar en nada y dándole vueltas a todo. A la derecha, en una mesa pegada a la pared hay una pareja de mediana edad que no se mira a los ojos y que finge que es perfecta y que todo les va sobre ruedas. Justo detrás un ejecutivo casado y su secretaria, una joven dispuesta a complacer como sea a su jefe, discuten donde pasar esta fría noche mientras ella clava su lengua en la oreja de él. En el centro una joven, que ya lleva varias horas en el bar, baila ausente haciendo resonar sus tacones en el pringoso suelo. El camarero, un hombre mayor con cara de pocos amigos, sirve a sus clientes gruñendo sin parar. Una música de fondo en tristes tonalidades menores ameniza el gris ambiente. Desde dentro apenas se puede distinguir el exterior. Desde fuera se ven figuras borrosas debido a la suciedad de los cristales. La acera de fuera se encuentra embarrada y las farolas de la calle no funcionan todas por lo que la luz escasea de forma notable. La ciudad descansa tranquila. Bella noche cerrada. Llueve.

1 comentario:

  1. Caramba, yo he estado en ese bar, o en uno muy parecido. Pero está tan perfectamente descrito que solo puede ser ese, aquel bar. Me fui rápido. Después de beber.

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