sábado, 26 de febrero de 2011

Mi cocina, tu despensa

Había una vez un hombre bueno, gentil y amable. Lo compartía todo con sus amigos y seres queridos. Él tenía un pisito, una pequeña azotea en el centro de Madrid. En ella había, libros, cuadros, películas, música, fotos y todas las cosas que el amaba y quería. En su casa siempre se podía encontrar gente entrando y saliendo. Era mucha gente la que tenía llave de la casa y mucha la gente que sin avisar aparecía a comer, a cenar o simplemente a charlar o a ver la tele. Nuestro hombre vivía feliz, le gustaba compartir y hacer feliz a la gente y le gustaba no tener cosas que solamente fuesen suyas.
Un buen día encontró a otro hombre que a simple vista era como él, sonreía y era amable con los demás, les gustaban las mismas cosas y tenían gente e ideas en común. Comenzaron a ser muy amigos, reían y pasaban buenos ratos juntos. Le presentó a sus amigos, le enseñó sus queridas cosas y, como a todos sus seres queridos, le dio la llave de su casa.
Una tarde, después del trabajo llegó a su casa y la televisión no estaba. Se volvió loco buscándola y cuando al rato vino su nuevo amigo y le explicó que la había tomado prestada, respiró aliviado. Pasaron juntos una buena tarde con té y pastas
La noche siguiente, volvía de cenar con unos amigos, cuando se encontró que sus fotos y sus cuadros habían desaparecido de su casa. Muy preocupado, no durmió en toda la noche pensando en qué podría haber ocurrido. Cuando a la mañana siguiente apareció su nuevo amigo y le explicó que las había tomado prestadas para enseñárselas a otro amigo suyo, nuestro hombre respiró aliviado.
Al día siguiente volvió a comer a casa y se dio cuenta de que no estaba. No quedaba nada, alguien se lo había llevado todo y, por desgracia él sabía quien había sido. Todas sus cosas habían desaparecido e incluso los muebles se habían esfumado. Nuestro hombre se sentó en el suelo apoyando la espalda y la cabeza en la pared y le regaló, a la tristeza, la frustración, la confusión y la desesperanza que se habían sentado a su lado, su mejor sonrisa.

...

Un descampado. En la oscuridad de la noche se vislumbran las luces de un coche. El coche tiene una puerta abierta. Silencio. La radio está apagada y no hay música en el ambiente. La noche cerrada protege el coche. Una chica, apoyada en el coche mira al infinito. Ella tiene los ojos abiertos, pero en esos momentos no ve nada, solo oye sus pensamientos, los repasa y los vuelve a repasar una y otra vez. El humo de su cigarro sube desde su mano, en donde se va consumiendo lentamente. Ella no se mueve. Piensa. El viento mueve una bolsa de plástico que había en el suelo, ella ni lo nota, no se mueve. Siente que el mundo corre a su alrededor, pero sin ella. La ceniza de su cigarro cae con suavidad al suelo. Repasa por decimoséptima vez su vida, no encuentra nada. Lo que tuvo, lo perdió por no saber tener. Ahora le parece que no tiene nada, o al menos nada que merezca la pena. Una nueva ráfaga de viento mueve su melena. Nada. Sigue pensando y no encuentra ninguna razón para volver al coche e ir a su casa. Se acuerda del cigarro que se consume solo en su mano, le da una calada, se acaba, “mierda, otra cosa más que me sale mal”, lo tira al suelo y lo pisa sin ganas. Su mirada sigue fija en el infinito. No sabe cuanto tiempo lleva allí, en esa postura, pensando, quizá minutos o igual sean horas. No puede dejar de pensar, le parece que todo va mal pero no sabe como ha sido, como ha llegado a ese punto, no sabe explicar sus pensamientos y no sabe que hacer para remediarlo todo. Sigue pensando, mirando al horizonte. A lo lejos se oye el motor de un coche, ella ni se entera, ni se quiere enterar. Se mete en el coche, abre su bolso, saca otro cigarro, lo enciende y lo vuelve a colocar en su mano. El humo vuelve a subir suavemente desde su mano hacia el cielo rozándole dulcemente la cara. Piensa. Da una calada. Piensa demasiado, le ha dado muchas vueltas a lo mismo. Da otra calada. Tres lágrimas ruedan desde sus ojos a sus mejillas y caen en su camiseta. No sabe si son lágrimas de tristeza, frustración o simplemente locura. Da otra calada, tira el cigarro aun sin terminar, lo pisa con fuerza. Se mete en el coche, enciende el motor, mete la primera y se va. Vuelve a la realidad, como si nada hubiese pasado. Nada.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Hoy

Pensé en metáforas
Reí entre sinónimos
Busqué los antónimos
Me lié en pensamientos
Jugué con tus palabras
Soñé con sus ironías
Tuve libros y hojas
Vi párrafos que van
Vi párrafos que vienen
Volví a empezar
Salté de línea en línea
Borré tus errores
Habité en versos líricos
Morí en duras prosas
Decoré papeles vacíos
Coloreé ideas absurdas
Entristecí con tu tristeza
Bailé con las letras
Escuché tus imágenes
Sonreí viendo música
Escribí