martes, 3 de mayo de 2011

La clase

Una clase. Luz de la calle. Ruido. Una maestra trate de explicar. Caras de concentración. Niños atendiendo en una sala amplia. Algunos se apoyan sobre las viejas mesas de madera, casi dormidos. Otros, atentos a la explicación miran fijamente a la maestra. Otros miran pero sin ver ni escuchar. Se oyen ruidos de la calle. Se oyen ruidos del crujir de las desgastadas sillas bajo el ligero peso de los pequeños niños. Los niños, aunque van uniformados, van todos iguales, son muy distintos entre sí. Los hay altos y bajos, hay niños hay niñas, los hay delgados y muy delgados, los hay sonrientes, los hay serios… La maestra, una chica joven, de pelo negro, alta, guapa, recién graduada, de voz clara y dulce, habla y habla, explicación tras explicación, deteniéndose solo para respirar y para responder a las preguntas de sus alumnos sin perder en ningún momento su sonrisa y su paciencia. Por la ventana rota del final de la clase, entra una leve brisa que hace que la puerta, que no cierra bien, dé, de vez en cuando, golpes contra su marco. Como no queda tiza hoy tampoco, la maestra explica haciendo gestos con las manos, dibujando en el aire todo aquello que no puede escribir en su pizarra, señalando aquí y allá para que los niños vean a qué se refiere en cada momento. Tras el largo día, finalizan las clases, la maestra se dispone a mandar la tarea, para que los niños hagan algo esa tarde en su casa, pero, cuando comienza a decirlo, tres niños y una niña levantan la mano. Al preguntar la maestra qué es lo que ocurre, los niños contestan que ellos no podrán hacer esta tarde tampoco la tarea, que no tienen bolígrafos, en su casa no hay con qué escribir, apenas les da el dinero para comprar la comida para todos los que viven en la casa, sus padres no van a gastar en bolígrafos y cuadernos. La profesora sonríe, hoy solo cuatro niños tienen ese problema. Cuatro de sus diez alumnos, cuatro de los cinco que eran ayer. Algún turista le habrá regalado un bolígrafo a Jorge, que hoy sí que tiene y ayer no tenía, o lo habrá conseguido de alguna manera, sea como sea la maestra se alegra. Y así, tras su duro día de trabajo, la maestra se va a casa con buen sabor de boca y guiada por su optimismo piensa: “las cosas mejoran”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario